jueves, 26 de noviembre de 2009

¿Qué tanto han envejecido mis nuevos productos?

¿Tienen igual vitalidad que antes?, ¿Despiertan el mismo entusiasmo entre compradores, y envidia de parte de competidores?, ¿Aportan de forma notoria en utilidades y volúmenes de ventas?, ¿Se agota su producción una y otra vez, o se acumulan los inventarios? Quizá usted con su extendida experiencia empresaria pueda formular unas cuantas preguntas más como éstas, que constituirían el comienzo de lo que llamo un diagnóstico y evaluación crítica al portafolio de productos. Tarea de la gerencia que solo requiere de sentido común y disciplina para ser completada. Sentido común para no resistirse e ignorar lo que cada día va a ser más evidente. Disciplina para observar y registrar periódicamente las manifestaciones de ésas evidencias. Examinemos un par de casos, uno muy conocido y comentado por estos días [principios del 2005], el otro, toda una singularidad.

Telefonía de larga distancia nacional e internacional. El titular noticioso es que el tráfico en minutos en el país descendió en el año 2004 un veinte por ciento. Las empresas y las personas usan ahora celulares y computadores para comunicarse con cualquier parte del territorio colombiano y con cualquier lugar en el mundo. ¿Era éste un fenómeno tan difícil de advertir en su ocurrencia? Bajos costos del acceso a Internet, incluso la obligación de parte del estado a los mismos operadores de telefonía de ofrecer tarifa plana más barata que la del servicio telefónico para iguales tiempos de conexión; programas gratuitos para hacer llamadas desde el PC; precios cada vez menores de los mismos PC, que en Colombia además estuvieron durante años exentos del IVA en los modelos más económicos. Y por el lado del gran mercado empresarial, ésos mismos operadores, construyendo y alquilándoles infraestructuras para su uso privado con capacidad de transportar datos pero también voz. Todo un carrusel en pro de la obsolescencia acelerada del viejo sistema. Tal vez el éxito tan contundente de los celulares resultó más inesperado. Recuérdese que en sus comienzos solo había servicio en Bogotá y otras grandes ciudades, un terminal de especificaciones mínimas costaba un millón de pesos, y novedades como el “contrato” en prepago no las imaginaba nadie. Además la calidad de la comunicación y del servicio todo, por decir lo menos, era mucho menos que excelente. ¿Quién pone en duda ya que la “vieja larga distancia” tiene sus años contados?

El pan caliente, recién horneado. Los registros históricos y arqueológicos apuntan que este amable compañero de comenzar el día es quizá más viejo que el oficio más viejo del mundo, que por cierto nadie precisa qué tan viejo es. Y sigue ahí. Tal vez solo la moda de andar a pie o el agua tibia que se suelen citar para hacer mofa de la falsa novedad sean más viejas. ¿Qué hace de este ingenio de agua, harina y levadura algo tan persistente? Los panaderos de siempre y los más modernos pueden estar tranquilos, el ser humano continuará masticando pan, haciendo sándwiches, untándolo en el café con leche o en el chocolate caliente, insertándole queso o bocadillo (contribución ésta nuestra al disfrute de comer pan) hasta el día del juicio final. ¿O sea que hay productos que no envejecen? Pues así parece. Y si se necesitan más ejemplos basta volver a mirar la mesa unas horas más tarde. Para darse de narices con la botella de vino y el aceite de oliva, por ejemplo.

A objeto de concluir estas líneas sin mucha ciencia ni profundidad diré que el concepto del ciclo de producto (nacer, crecer, declinar y morir) está para ser refinado. Y que el envejecimiento de los productos no debe ser juzgado únicamente con los parámetros de la vida humana; o que con el pan, el vino y el aceite de oliva ocurre simplemente que hasta ahora nadie ha podido inventar algo mejor ¿Será que hay algo mejor?

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