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Todas las empresas, las grandes y las pequeñas, tuvieron su origen en un sueño innovador. Un sueño que cambiaría el statu quo de un negocio redefiniendo sus reglas de competencia y demostrando cuánto hacían falta nuevos y atractivos productos que emocionaran otra vez como niños a los compradores. Un sueño que no iba a transigir con timoratos, declaraciones de imposibles o aplazamientos pusilánimes. En fin un sueño como para despertar dragones y poner a temblar robles, de la inmensidad en sus esperanzas y el atrevimiento de sus soñadores
¿Y luego qué? Con el tiempo y el tornarse más o menos realidad lo soñado solo van quedando los fríos balances de ventas y el celo por no menguar las utilidades. Justo es decirlo, para eso se hacen las empresas. Sin retornos en metálico, o con destrucción de valor como se le llama actualmente, serán más bien los sueños de otros muchos los que en la práctica se verán coartados, y hasta el soñar empezaría a ser mal visto. En este sentido las empresas se parecen a las personas: es casi imposible que ajusten el camino sobre la marcha. Son lo que son, que es lo que fueron y muy seguramente lo mismo que serán. El sentido común dicta que puesta a andar la “maquinita” de crear valor mejor es dejarla en paz, que de lo que se trata precisamente es de acumular
Y es este transcurrir, este ambiente de dejarse estar, el que sienta las bases para la derrota final. Que vendrá por cuenta de otros tal vez no más avezados pero si con menos que perder. El ciclo inevitable de la vida en las personas se va a repetir en la organización: nacer, crecer, declinar y morir, como si a los hombres se les olvidara (precisamente también) que una de sus esperanzas con las empresas es la trascendencia. ¿Hace falta decir que tal destino fatal es evitable? ¿Hace falta decir que en la innovación se renace y se rehacen quehaceres, para volver a brillar? Si hace falta, hace falta recordarlo, porque mientras sea sueño olvidado, de poco y nada servirá todo aquéllo con ella antes logrado
La operación, el “día a día”, que no da tregua socavando plazos y energías es el sospechoso número uno. Y a fe mía que no hay quien le gane. Su fuerza, que reside en la rutina y en la repetición es la misma que por otra parte ahoga la creatividad y atrofia el órgano especulativo. Aquél que de tanto presenciar lo predecible termina por creer que el universo se comporta igual. ¡Qué paradoja (aparente)! Lo homogéneo, eficiente, y sin errores, que es la vida misma del producto exitoso actual siembra la destrucción de las nuevas generaciones
Todo lo anterior puede parecer un poco demasiada poesía - que significa uso esmerado de las palabras para expresar lo que no es evidente -, y así es. Pero poesía sin duda fueron también los esfuerzos y avatares de todos aquellos que fundaron empresas, que usaron su voluntad para pasar de los sueños a los cimientos, de las ideas a los productos, de los proyectos a la rentabilidad. Gracias a ellos somos muchos ahora quienes podemos también soñar y por eso, con gran respeto y admiración, se han intentado concertar hoy estos pensamientos. Ustedes que fueron alguna vez maestros aún tienen mucho que enseñar, y el método claro está, no puede ser otro que innovar, es decir, volver a innovar
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